28 de mayo de 2016

Relato corto: La última frontera

El despacho de la doctora Wellington estaba sólo iluminado por una lámpara de mesa que proporcionaba una blanca luz sobre una pila de papeles que cada día parecía crecer. No quedaba nadie a las ocho de la tarde del lluvioso viernes en el departamento de Física Teórica de la Universidad de Oxford. La doctora se sobresaltó al escuchar unos golpes en su puerta.

—Adelante —dijo mientras dejaba los cálculos que estaba revisando y miraba hacia la entrada de su despacho, justo enfrente de su mesa.

Dos hombres con trajes y corbatas negras entraron y se pusieron a ojear los libros que rebosaban las estanterías del despacho.

—¿Puedo ayudarles en algo? —preguntó la doctora Wellington mientras empezaba a ponerse nerviosa.

Los dos hombres se detuvieron delante de la mesa de la doctora. Ambos tenía caras serias y miraban fijamente a la doctora. Sus caras no mostraban ningún tipo de expresión.

—Doctora Wellington —dijo uno de los hombres que se había adelantado y estaba ahora con las manos apoyadas en la mesa— somos agentes del gobierno de los Estados Unidos de América. Estamos aquí para hablar con usted de sus trabajos sobre sondas espaciales que están en ruta de escape del sistema solar.

—¿Sobre esa tontería? Por favor, siéntense —ninguno de los hombres hizo ademán de moverse y la doctora continuó—. Fue un trabajo muy estúpido la verdad. Había terminado mi tesis sobre espacio interestelar y una revista me ofreció un poco de dinero por escribir sobre las posibles causas de la pérdida de contacto que había sufrido la Voyager 1. La sonda iba a superar la barrera de las 150UA en el año 2020 y todo el mundo estaba muy emocionado. Pero el contacto con la sonda se perdió antes de que llegase a esa marca y nadie sabía por qué. Los mayores expertos del planeta fueron incapaces de reconectar o encontrar la sonda. De un minuto a otro, la sonda pasó de comunicarse perfectamente a desaparecer de todos nuestros sensores y radares. Había unas cuantas hipótesis, pero ninguna llegó a convencer a la comunidad científica.

—Hemos leído el artículo. Usted culpaba al plasma interestelar que después de interactuar durante mucho tiempo con la Voyager 1 había destrozado sus comunicaciones.

—Exacto señor...

—Llámeme John. No estoy autorizado a decirle más.

La doctora Wellington miró con desconfianza a los dos hombres que estaban delante suya. El llamado John no había variado su posición desde que había empezado a hablar, y el otro había empezado a revisar uno a uno los libros del despacho.

—Pero la suya no fue la opinión más popular —dijo John.

—Ya sé a qué se refieren... —La doctora Wellington se quitó las gafas y las dejó sobre la mesa— El doctor Smith no era un mal hombre. Tenía ideas locas sobre que vivíamos en una simulación creada por seres superiores y que la Voyager 1 había alcanzado el límite de la simulación. Seguramente Smith buscaba ganar un poco de fama y atraer alguna inversión adicional a su grupo. En fin, era una buena idea para un libro de ciencia ficción, pero demasiada gente se la tomó en serio...

—Los Iluminados de los Seres Superiores.

Era la primera vez que el otro hombre hablaba. Su voz era firme y sin ningún tipo de entonación. Ni siquiera miraba a la doctora cuando hablaba y seguía revisando el despacho minuciosamente.

—Sí —dijo la doctora volviendo a mirar a John—. No recuerdo cómo se llamaba su líder, pasó hace casi diez años, pero él decía estar iluminado por los seres que habían hecho la simulación, como el doctor Smith sugería. Todos creíamos que eran una panda de locos, incluso Smith reconoció que estaba exagerando cuando habló de su hipótesis en la revista. Pero ellos no se lo tomaron nada bien...

—Asesinaron al doctor Smith y a otras veinte personas y después se suicidaron —la cara de John no cambió cuando mencionó los asesinatos, pero pudo ver cómo los ojos de la doctora Wellington se empezaban a humedecer.

—Así es... No hay día que no me acuerde del doctor Smith. Pero, ¿por qué quiere hablar ahora de mi trabajo?

—Verá doctora, hace tres días la Voyager 2 cruzó la frontera de las 150UA. No se ha dado publicidad al evento por miedo a que se vuelvan a repetir los actos de hace nueve años. Pero si lo que estamos hablando aquí saliese a la luz, el caos podría estallar.

La doctora estaba nerviosa y empezaba a temerse lo peor.

—¿A qué se refiere?

—La comunicación con la Voyager 2 se ha perdido. De la misma forma que pasó con su hermana gemela. Y a la misma distancia.

La cara de la doctora Wellington se puso completamente blanca y fijó sus ojos en John.

—Pero eso no quiere decir nada... Puede que lo mismo que afectase a la Voyager 1 afecte a la 2. Eran sondas muy parecidas y...


—Y si no fuese así doctora —interrumpió John—. ¿Y si dentro de veinte años cuando la New Horizonts alcance esa distancia también se desconecta? Doctora, necesitamos una explicación. Algo que no involucre seres superiores, ni aliens ni ninguna de las locuras que derivarían en el caos de hace nueve años.

—¿Y por qué yo?

—Usted es la única que dio una explicación científica a la desaparición de la Voyager 1. Cunado la hipótesis del doctor Smith salió a la luz, el mundo empezó a divagar sobre todo tipo de locuras. Esta vez, necesitamos algo sencillo que explique esta situación. Y que convenza a la opinión pública y al mundo científico. Necesitamos aclarar las cosas.

—La situación está clara —dijo el hombre desde el fondo del despacho—. El doctor Smith tenía razón y los Seres Iluminados nos están poniendo a prueba. Debemos expandir el mensaje.

Ni John ni la doctora Wellington pudieron reaccionar antes de que los tres disparos llenasen la habitación y acabasen con todos los que la ocupaban.

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